La llegada a Murudheswar fue darnos de frente con la realidad de India, volvimos a encontrarnos solos ante tanto indio. Con apenas cuatro calles como pueblo y kilómetros y kilómetros de playas vírgenes, sentimos en nuestro interior el alivio de las masificaciones de gente en la playa, el pagar por una hamaca y una sombrilla y, sobretodo, la subida de precios a la que nos vemos sometidos en las zonas turísticas. A pesar de todo ello aún quedaba en nosotros un ¨yo qué sé¨ de Goa.
Las sorpresas no se hicieron esperar, un autobús que te deja a 2 km del pueblo y una habitación grande y limpia por pocas rupias ( Hotel Ideal Ice Cream, que como el propio nombre indica era también una fábrica de helados - 350 rupias), monumentos gratis, comida abundante y barata, en fin, volvemos al inicio del viaje. Al acercarnos a la playa vemos a lo lejos una torre de casi 90 metros de altura con todo el revestimiento en piedra tallada y, a pocos metros por detrás, aparece una gigante estatua de bronce con la forma del Dios Shiva, que las malas lenguas dicen que es la más grande de las esculturas existentes de Shiva (50 metros). A ambos lados kilómetros de playas irrumpen en nuestra visión, en ellas sólo grupos de barcas de pescadores, ni una persona, ni un sólo guiri, un impacto visual desde luego después de estar en Goa.
El segundo día acudimos a unas de sus playas desiertas, tras andar unos kilómetros postramos nuestras posaderas en sus arenas blancas y tomamos unos baños en sus aguas, que eran las más limpias que habíamos visto hasta el momento, a pesar de que el quemazo de la pierna de David pedía un descanso a gritos.
Se puede acceder al interior de la torre en la cual hay un ascensor que sube y baja personas sin parar para que puedan fotografía a Shiva desde la última planta. Al rededor de ésta se encuentran cuatro o cinco mini templos que albergan a sus demás Dioses. Recomendamos no ir a ver esta torre de noche, ya que las lucecitas de colores cambiantes y parpadeantes quitan todo el encanto que tiene. A la estatua de Shiva mejor no acercarse, con la altura y proporción que tiene si se quiere contemplar bien hay que mirarla desde la distancia.
El segundo día acudimos a unas de sus playas desiertas, tras andar unos kilómetros postramos nuestras posaderas en sus arenas blancas y tomamos unos baños en sus aguas, que eran las más limpias que habíamos visto hasta el momento, a pesar de que el quemazo de la pierna de David pedía un descanso a gritos.